Son las 7 de la tarde, y acabamos de salir de una rave. Después de 19 horas de tralla acumulada y música machacona, nos dirigimos cada uno pa’ su casa, con sorpresa en el maletero…
En eso que pillamos un control de alcoholemia, y hacen soplar al conductor, al cual le van los ojos como metralletas; como si estuviera poseído por el diablo. Y el tío sopla como si hinchara un globo, y para suerte nuestra, pasamos… aunque seguramente iban tan puestos de perica que ni pensaron en abrir el maletero y en hacerle preguntitas al conductor.
En fin, que llegamos a un pueblo para dejar peña, sale el del maletero y decidimos hacernos las últimas cervezas por ahí. A mí aún me sonaba esa puta música en el cerebro y me entraba la priva como si fuera agua, y el maldito come-come tampoco se me iba.
Sí, es esa sensación de cuando piensas que no va a acabar nunca y estás machacándote el cerebro hasta límites que tú desconoces… así que, para tranquilizarme, decidí sentarme en el asiento del conductor.
Me acomodo, y no se me ocurre otra cosa que darle al contacto, arrancar, hacer toda la maniobra y pirarme hacia la autopista a correr como un maníaco.
Tras más de media hora de trompos y otras movidas para quemar el coche me doy cuenta de que hay alguien durmiendo en el asiento de atrás, el cual se despierta repentinamente, y dice que le dé más gas.
Era la primera vez que conducía así, y como uno es muy echao’ pa'lante, le metí gas a fondo (lo que no se es cómo no gripé el coche), y acabamos subiendo un puente, saltándolo como en las pelis, y chocando contra una roca de esas altas y gordas.
El coche acabó hecho una mierda, pero nosotros no teníamos ni un solo rasguño y nos partíamos hasta de las hojas de los árboles que se movían lentamente.
Definitivamente, estamos hechos una puta mierda.
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