sábado, 25 de enero de 2020

DEMONIOS DEL NIÑO INTERIOR

Huérfano de sentimientos, ánimo y placer, mi miedo se convierte en fuego; o quizá este esté devorándolo a él.
Ya no sé que hacer, apoyo mi espalda sobre la pared, y lentamente me dejo caer, me llevo la trompeta a la boca: toco un si para bajar al re.
Si hay algo que ahora brilla por su ausencia, es el aire.
La melodía sombría atrae a los cuervos, y con estos, la oscuridad. Ansioso estoy porque devoren cada parte de mí, acechando en las sombras, esperando mi fin.
Sigo tocando el réquiem de mi duelo, al cual sólo yo asisto, además de los carroñeros. La pared se llena de grietas y hongos, se va quebrando, acompañada por la melodía gris. Mis ilusiones se desploman, así como las ganas de vivir; me falta el aliento, el frío se acopla a mí: ahora soy hielo puro.
La indiferencia se convierte en oxígeno, el asco y el odio en sangre, lo perverso busca un lugar donde vivir para siempre.

FINAL ALTERNATIVO: O no... por las grietas  del suelo empieza a fluir agua, que desemboca en un charco frente mis ojos, y la sed se apaga, mientras mi mente y garganta se hidratan de esperanza.
Tras saciar la sed, adopto la postura del animal que acecha su presa, imperturbable y paciente, esperando que acudan a  mí los demonios del niño interior y reducirlos a cenizas.