Me encuentro en mi garito de Jazz favorito, donde siempre que puedo hago
una de esas escapadas bohemias por no quedarme en mi casa; y más cuando
estoy solo, que es peor.
Nada más entrar me pido mi copazo de whisky
con hielo y me dispongo a ver y escuchar la banda que nos traen hoy,
tocando como sólo los músicos de este rollo saben hacerlo: con pasión y
gusto. Algo que, aunque no lo parezca, a muy pocos músicos (del estilo
que sea) les falta.
Fue justo cuando estaban tocando St.Thomas, de
Tommy Rollins, cuando me fije en aquella diosa de ébano. Tocaba como los
mismísimos profesionales y era una mezcla entre las bellezas africanas
con un toque a lo Billie Holiday… ¡qué belleza de mujer!
Esperé a que
acabara el concierto para invitarle a tomar algo. Allá mismo estuvimos
bebiendo como hijos de puta y hablando de nuestros gustos: desde
Coltrane hasta Armstrong, pasando por B.B. King o Eric Clapton.
Salimos
de allá, ya que chapaban el garito, y me decidí a coger unos cartones
para comérnoslos y disfrutar por la ciudad en su compañía, ya que sólo
estaría ese finde.
Entre cartones y canutos, disfrutando de todo lo
que veíamos alrededor, que se nos hacía más bonito; y de ella que aún lo
era más ante mis ojos, como si me hubieran traído el regalo de los
reyes.
Acabamos en la playa apurando los últimos canutos. Follamos
como salvajes e hicimos una pequeña Jam Session en el salón de mi casa
hasta que por unas circunstancias u otras, se tuvo que ir a su hotel… y
yo me quedé como al principio, sólo, y con ganas de haber hecho algo
más, como siempre… aunque siempre me quedarán las calles y la noche:
negra, como ella, y como las notas de su saxofón.
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