domingo, 13 de abril de 2014

VACÍO (DIALÓGO MENTAL)

En la oscuridad de este cuarto empiezo a rebobinar todo lo que una vez fue mi vida, mientras los barbitúricos hacen efecto y se apoderan de mi mente, nublándola y haciéndome pensar en todo lo que me había convertido desde la infancia hasta hoy, haciendo que, inevitablemente, me cague en Dios.
Por más que lo intento, sólo vienen recuerdos negativos, de desamor, desamparo, desconsuelo... todo empieza por que estoy tan hasta los cojones de todo, que cojo mi cacho de bolsa en la que quedaba algo de perica del día anterior y la pinto con sumo cuidado, aunque con las manos temblando por efecto de las demás drogas, y siguiendo pensando, en el punto en el que llegué a odiar tanto a la humanidad y acabé por llegar al autoodio.
Una vez pintada, hago un rulo con un papel, me lo meto en el agujero derecho de la nariz, y aspiro fuerte hasta que llega al cerebro. Acto seguido, me hago un corte pequeño en el brazo, a lo ancho, con la cuchilla que había pintado la raya, la chupo, y me recorre una euforia equivalente a haber pegado diez polvos seguidos, acompañados de un empanamiento mental y un sube-baja indescriptible. Decido hacerme otro tajo más, pero a lo largo, y enciendo un cigarrillo.
¿Fue el egoísmo de la gran mayoría de gente? ¿O fue el mío propio el que me trajo aquí? Pensando estas palabras sigo mi ritual y me tajo la cara. Ahora toca un poco de morfina en vena, por eso de los dolores y tal.
La lucecita de mi cuarto no sé si es la del cielo, la del infierno, o el mismísimo sol. Una vez preparada la chuta, me doy golpes en la vena, introduzco la aguja en esta, mezclo la morfina con la sangre y otra vez hacia adentro.
Vacío, vació, desesperación, ganas de hacer algo, y de buscar cosas que tal vez ni siquiera existan, mirando el techo sin poder moverme y todo el revoltijo de drogas haciendo efecto, subiendo y bajando, y dando vueltas en una espiral… probablemente haya recorrido en todo este tiempo miles de dimensiones paralelas en busca de un refugio inexistente en el cual paliar el dolor y la tortura que nunca acaba, teniendo el cuerpo sin espacio para más cortes, ahora decido probar el fuego; hay que purificar.
Paseo el mechero por todas las partes de mi cuerpo donde están los cortes, y, a fuego lento, mientras retengo las ganas de chillar, siento la liberación de mi miserable ser mientras poco a poco voy cayendo, y veo como se va alejando la máscara miserable de la vida, y de la humanidad en su estado más puro, el odio.

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