Mil quinientas millas sentado en un vagón y otras mil quinientas ganas de mear, así se encuentra ahora el héroe de nuestro relato: Jackalio Redneck Williams (más conocido como "Chacal").
Tirando la orina en esa mierda de meadero que no hace más que tambalearse, ni siquiera sabe cómo pilló semejante tren, que parece que en cualquier momento vaya a descarrilar… pero el tío lo suelta todo, hasta la ultimísima gota, y que a gusto se ha quedado el condenado.
Hecha la faena, sacó de la funda una guitarra acústica marrón, la cual se dispuso a tocar con ilusión, aunque sólo supiera tocar cuatro acordes a los que él denominaba "Countrybilly Blues Punk Metal”; así era su estilo.
Como iba diciendo, nuestro amiguete estaba tocando su instrumento tan felizmente a la par que canturreaba:
-ES EL CAMINO DEL CHACAL, ES EL CAMINO DEL CHACAL-
La peña quedaba estupefacta ante tal espectáculo y tal entusiasmo que le ponía el hombre, ya que si algo hacía, era vivir lo que hacía, y vaya si lo vivía. La multitud que había en el vagón, ya fuera por aburrimiento, por burla, o por seguirle la corriente al hombre, le acompañaban con palmeos y seguían ese estribillo, con el cual podías hacer mil más, pero lo tocaba de bien...
Como siempre pasa en todos los jodidos sitios, tiene que aparecer el tío listo que corta toda la puta bola a la puta vasca, y en este caso se llamaba revisor de tren.
Al divisarlo a unos cincuenta metros de donde se encontraba, paró la música y acto seguido se hizo el dormido hasta que el revisor lo meneó un poco para ver si despertaba. Jackalio, sin cortarse un pelo, le propinó un patadón con la planta del pie en la espinilla, la cual hizo añicos, seguido de un golpe con el antebrazo que le hizo caerse de bruces contra el asiento de enfrente. Entonces, rompió una cuerda de su guitarra y con fuerza la apretó contra el cuello del revisor hasta ver que le dejaba la cara blanca de la asfixia.
Naturalmente, la gente empezó a chillar como loca, seamos realistas, no son cosas que se vean todos los días, pero, al tocar un solo acorde de esa guitarra que tenía una cuerda petada, la gente volvió a canturrear:
-ES EL CAMINO DEL CHACAL,ES EL CAMINO DEL CHACAL-
El cual llegaba a su fin, ya que nuestro coleguita había llegado a su destino a hacer un concierto con su banda de un solo hombre. Supongo que todo lo bueno se acaba, pero claro, al llegar, le esperaban los compis de la luz azul: siempre hay algún chota entre la gente, así de puta es la vida. Pero con lo que estos no contaban es que el Chacal tenía una recortada oculta en el estuche de la guitarra, la cual empuñó pegó una sacudida… y a repartir tiros como si fueran magdalenas, en menos de un cuarto de hora de reloj, Jackalio se quedó más solo que el que se divorció de su mujer.
Pero el tío que era frío como el acero; ni se molesto en huir, ¿Para qué?, antes la muerte… era lo que pensaba. Así que se sentó en la entrada de la estación ante la mirada atónita del gentío y acompañado de cinco cuerdas más una estropeada volvió a cantar:
-ES EL CAMINO DEL CHACAL, ES EL CAMINO DEL CHACAL-
Hasta que llegaron más refuerzos, que esta vez no tuvieron piedad y pudieron con él.
Aún así, Jackalio partió más de una boca, una rodilla y un lomo. Era una máquina de matar, tanto cuerpo a cuerpo, como con la recortada. Tampoco os conté del cuchillo con el que pelaba las gallinas y del cual era un virtuoso, dejando litros de sangre antes de que lo metieran entre rejas.
Actualmente Jackalio está comiendo bandeja en un talego que prefiero no nombrar, entreteniendo a los presos con su música y apaleando al que le toca los cojones, pero siempre con esa alegría que le caracteriza y recordando que:
-ES EL CAMINO DEL CHACAL, ES EL CAMINO DEL CHACAL-
L@s Rivales De La Luz/Lo Que Asombra Y Aplasta /Doctrina De La Lírica Corrosiva/Letanías Al Vacío/ Textos por Javi Ero
jueves, 24 de abril de 2014
domingo, 13 de abril de 2014
VACÍO (DIALÓGO MENTAL)
En la oscuridad de este cuarto empiezo a rebobinar todo lo que una vez fue mi vida, mientras los barbitúricos hacen efecto y se apoderan de mi mente, nublándola y haciéndome pensar en todo lo que me había convertido desde la infancia hasta hoy, haciendo que, inevitablemente, me cague en Dios.
Por más que lo intento, sólo vienen recuerdos negativos, de desamor, desamparo, desconsuelo... todo empieza por que estoy tan hasta los cojones de todo, que cojo mi cacho de bolsa en la que quedaba algo de perica del día anterior y la pinto con sumo cuidado, aunque con las manos temblando por efecto de las demás drogas, y siguiendo pensando, en el punto en el que llegué a odiar tanto a la humanidad y acabé por llegar al autoodio.
Una vez pintada, hago un rulo con un papel, me lo meto en el agujero derecho de la nariz, y aspiro fuerte hasta que llega al cerebro. Acto seguido, me hago un corte pequeño en el brazo, a lo ancho, con la cuchilla que había pintado la raya, la chupo, y me recorre una euforia equivalente a haber pegado diez polvos seguidos, acompañados de un empanamiento mental y un sube-baja indescriptible. Decido hacerme otro tajo más, pero a lo largo, y enciendo un cigarrillo.
¿Fue el egoísmo de la gran mayoría de gente? ¿O fue el mío propio el que me trajo aquí? Pensando estas palabras sigo mi ritual y me tajo la cara. Ahora toca un poco de morfina en vena, por eso de los dolores y tal.
La lucecita de mi cuarto no sé si es la del cielo, la del infierno, o el mismísimo sol. Una vez preparada la chuta, me doy golpes en la vena, introduzco la aguja en esta, mezclo la morfina con la sangre y otra vez hacia adentro.
Vacío, vació, desesperación, ganas de hacer algo, y de buscar cosas que tal vez ni siquiera existan, mirando el techo sin poder moverme y todo el revoltijo de drogas haciendo efecto, subiendo y bajando, y dando vueltas en una espiral… probablemente haya recorrido en todo este tiempo miles de dimensiones paralelas en busca de un refugio inexistente en el cual paliar el dolor y la tortura que nunca acaba, teniendo el cuerpo sin espacio para más cortes, ahora decido probar el fuego; hay que purificar.
Paseo el mechero por todas las partes de mi cuerpo donde están los cortes, y, a fuego lento, mientras retengo las ganas de chillar, siento la liberación de mi miserable ser mientras poco a poco voy cayendo, y veo como se va alejando la máscara miserable de la vida, y de la humanidad en su estado más puro, el odio.
Por más que lo intento, sólo vienen recuerdos negativos, de desamor, desamparo, desconsuelo... todo empieza por que estoy tan hasta los cojones de todo, que cojo mi cacho de bolsa en la que quedaba algo de perica del día anterior y la pinto con sumo cuidado, aunque con las manos temblando por efecto de las demás drogas, y siguiendo pensando, en el punto en el que llegué a odiar tanto a la humanidad y acabé por llegar al autoodio.
Una vez pintada, hago un rulo con un papel, me lo meto en el agujero derecho de la nariz, y aspiro fuerte hasta que llega al cerebro. Acto seguido, me hago un corte pequeño en el brazo, a lo ancho, con la cuchilla que había pintado la raya, la chupo, y me recorre una euforia equivalente a haber pegado diez polvos seguidos, acompañados de un empanamiento mental y un sube-baja indescriptible. Decido hacerme otro tajo más, pero a lo largo, y enciendo un cigarrillo.
¿Fue el egoísmo de la gran mayoría de gente? ¿O fue el mío propio el que me trajo aquí? Pensando estas palabras sigo mi ritual y me tajo la cara. Ahora toca un poco de morfina en vena, por eso de los dolores y tal.
La lucecita de mi cuarto no sé si es la del cielo, la del infierno, o el mismísimo sol. Una vez preparada la chuta, me doy golpes en la vena, introduzco la aguja en esta, mezclo la morfina con la sangre y otra vez hacia adentro.
Vacío, vació, desesperación, ganas de hacer algo, y de buscar cosas que tal vez ni siquiera existan, mirando el techo sin poder moverme y todo el revoltijo de drogas haciendo efecto, subiendo y bajando, y dando vueltas en una espiral… probablemente haya recorrido en todo este tiempo miles de dimensiones paralelas en busca de un refugio inexistente en el cual paliar el dolor y la tortura que nunca acaba, teniendo el cuerpo sin espacio para más cortes, ahora decido probar el fuego; hay que purificar.
Paseo el mechero por todas las partes de mi cuerpo donde están los cortes, y, a fuego lento, mientras retengo las ganas de chillar, siento la liberación de mi miserable ser mientras poco a poco voy cayendo, y veo como se va alejando la máscara miserable de la vida, y de la humanidad en su estado más puro, el odio.
EXTREMA CORDIALIDAD HOMICIDA
El verano iba haciendo las maletas, y yo estaba pasando lo que me quedaba de vacaciones en casa del viejo, y como no tenía nada más interesante que hacer ese día, decidí irme a casa de los cuñados de este, ya que tanto insistían en ello; eran tan majos y me lo pasé tan bien semanas antes con su familia allá en el moro, que pensé que no podía estar tan mal.
Al llegar, bajó un hombre de unos cuarenta palos, con la típica panza de los años, una camiseta negra desgastada de tanto lavarla, gafas de metal, y unos vaqueros, el cual me saludó educadamente y, al ver mis trazas de melenudo con camiseta, pregunto si me molaba el Heavy, el Thrash y música del palo, concluyendo con un "a mí también”.
Al oír eso mi mente se emocionó y enseguida empecé a preguntarle por bandas que me la ponían dura, y él dijo que de mi rollo sólo le molaba el Thrash y tres o cuatro grupos que escuchaste hace tiempo, y que realmente eras más de Punk.
Así que esa tarde-noche nos la pasamos hablando de Punkarreo, noches de descontrol, y de los grupos en los que estuvo tocando, entre ellos el que tenía con mi padre y en el cual cantaba y tocaba la guitarra. Asimismo, también me comentó que era escritor, y que tenía algunos libros descatalogados, que no iba a encontrar ni de coña. Al oír eso, para mí, se convirtió en una persona aún más interesante.
Ese día solo estuve un rato hablando con él, pero al siguiente desperté, y al ir a la cocina, te encontré fumando un piti. En la mesa había un libro, del cual no recuerdo el título, y fuimos a la calle a que nos diera la calina de septiembre, y al rato a comer a una cafetería de barrio. Yo seguía escuchando sus historias de sexo, droga, y mucho pero que mucho Punk, y me hacía gracia ver lo educado que era hasta para pegar un mordisco.
Era tan lúcido y estaba tan solo, que siempre que tenía la oportunidad mareaba al viejo o pillaba el bus sólo para escuchar sus historias tan sumamente interesantes, y que yo escuchaba con devoción y compensaba con lo poco que viví y que estaba viviendo… y él siempre me daba consejos los cuales nunca me tomé a mal. Intercambiábamos música y pelis, nos recomendábamos libros y parecía que nos conociéramos de toda la puta vida, parecía mi padre pero realmente me importaba una mierda, ya que estaba más que acostumbrado a ir con gente más mayor que hoy, y actualmente lo sigo haciendo, y la verdad es que no me arrepiento para nada.
La última vez que hablé con él era día de concierto, y como era en el pueblo en el que vivía, fui a hacerle la visitilla de cada "equis tiempo”, ya que en aquella época estudiaba y no tenía mucho, y me hizo un regalo que vale más que todos los metales preciosos del planeta por los que se mata la peña, y, aunque sea tan insignificante para vosotros, queridos lectores, para mí fue un regalo de la hostia, una camiseta de Marylin Manson, al cual admirábamos ambos.
Fuimos a comer, como ya habíamos hecho otras veces, y me comentó que sus enfermedades iban a peor, y aunque aún así siguiera bebiendo y fumando, nunca me atreví a juzgarlo.
Ahora que lo pienso, puede que él fuera el que me enseñó a no hacerlo con los demás.
Yo sentía como una rabia por dentro al ver como tan maravillosa, inteligente y educada persona podía estar tan jodida, aunque era obvio el porqué. Yo siempre cruzaba los huevos para que durara años, aunque sabía de sobra que eso no sería así.
Meses más tarde, me enteré de que sus enfermedades le plantaron cara y se fue, solo, sin nadie que le recordara… sólo yo, y la gente con la que estuvo hasta su marcha. Se me puso el estómago del revés y a día de hoy aún no me lo creo, pero quién sabe, probablemente me lo encuentre en el infierno y allí nos pongamos tibios a ritmo de Punk, Heavy Metal o la música que sea del puto Satanás, paliqueando con si sólo nos entendiéramos entre nosotros como los juguetes de precisión que éramos, con esa extrema cordialidad homicida que nos caracterizaba en el Paracuellos Bar, y clamando -CRENOM, CRENOM!-.
Al llegar, bajó un hombre de unos cuarenta palos, con la típica panza de los años, una camiseta negra desgastada de tanto lavarla, gafas de metal, y unos vaqueros, el cual me saludó educadamente y, al ver mis trazas de melenudo con camiseta, pregunto si me molaba el Heavy, el Thrash y música del palo, concluyendo con un "a mí también”.
Al oír eso mi mente se emocionó y enseguida empecé a preguntarle por bandas que me la ponían dura, y él dijo que de mi rollo sólo le molaba el Thrash y tres o cuatro grupos que escuchaste hace tiempo, y que realmente eras más de Punk.
Así que esa tarde-noche nos la pasamos hablando de Punkarreo, noches de descontrol, y de los grupos en los que estuvo tocando, entre ellos el que tenía con mi padre y en el cual cantaba y tocaba la guitarra. Asimismo, también me comentó que era escritor, y que tenía algunos libros descatalogados, que no iba a encontrar ni de coña. Al oír eso, para mí, se convirtió en una persona aún más interesante.
Ese día solo estuve un rato hablando con él, pero al siguiente desperté, y al ir a la cocina, te encontré fumando un piti. En la mesa había un libro, del cual no recuerdo el título, y fuimos a la calle a que nos diera la calina de septiembre, y al rato a comer a una cafetería de barrio. Yo seguía escuchando sus historias de sexo, droga, y mucho pero que mucho Punk, y me hacía gracia ver lo educado que era hasta para pegar un mordisco.
Era tan lúcido y estaba tan solo, que siempre que tenía la oportunidad mareaba al viejo o pillaba el bus sólo para escuchar sus historias tan sumamente interesantes, y que yo escuchaba con devoción y compensaba con lo poco que viví y que estaba viviendo… y él siempre me daba consejos los cuales nunca me tomé a mal. Intercambiábamos música y pelis, nos recomendábamos libros y parecía que nos conociéramos de toda la puta vida, parecía mi padre pero realmente me importaba una mierda, ya que estaba más que acostumbrado a ir con gente más mayor que hoy, y actualmente lo sigo haciendo, y la verdad es que no me arrepiento para nada.
La última vez que hablé con él era día de concierto, y como era en el pueblo en el que vivía, fui a hacerle la visitilla de cada "equis tiempo”, ya que en aquella época estudiaba y no tenía mucho, y me hizo un regalo que vale más que todos los metales preciosos del planeta por los que se mata la peña, y, aunque sea tan insignificante para vosotros, queridos lectores, para mí fue un regalo de la hostia, una camiseta de Marylin Manson, al cual admirábamos ambos.
Fuimos a comer, como ya habíamos hecho otras veces, y me comentó que sus enfermedades iban a peor, y aunque aún así siguiera bebiendo y fumando, nunca me atreví a juzgarlo.
Ahora que lo pienso, puede que él fuera el que me enseñó a no hacerlo con los demás.
Yo sentía como una rabia por dentro al ver como tan maravillosa, inteligente y educada persona podía estar tan jodida, aunque era obvio el porqué. Yo siempre cruzaba los huevos para que durara años, aunque sabía de sobra que eso no sería así.
Meses más tarde, me enteré de que sus enfermedades le plantaron cara y se fue, solo, sin nadie que le recordara… sólo yo, y la gente con la que estuvo hasta su marcha. Se me puso el estómago del revés y a día de hoy aún no me lo creo, pero quién sabe, probablemente me lo encuentre en el infierno y allí nos pongamos tibios a ritmo de Punk, Heavy Metal o la música que sea del puto Satanás, paliqueando con si sólo nos entendiéramos entre nosotros como los juguetes de precisión que éramos, con esa extrema cordialidad homicida que nos caracterizaba en el Paracuellos Bar, y clamando -CRENOM, CRENOM!-.
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