jueves, 26 de diciembre de 2013

CHATARRA PARTE I:RATAS EN EL SÓTANO



Después de una media horita de sermones y cancioncitas ñoñas cantadas con cuatro acordes de mierda que hasta un niño tocaría, ese tío de la sotana mojó la hostia consagrada en el vino del cáliz y se la metió en la boca a Martín, el cual después de tragársela sintió unas ganas de potarla inimaginables.
La maldita ceremonia seguía, seguía y seguía y Martín más agobiado cada vez se sentía entre el calor de la iglesia, las familias y todas esas cosas que si has hecho la primera comunión no hace falta qué explique.
Salieron todos a la media hora de tostón parroquial y cada familia por su lado la de Martín no iba a ser menos y se marcharon todos al restaurante, llenos de gozo, algunos por llenar la barriga, otros por ponerse más que el sol, y otros por la ilusión de ver a su nieto, sobrino o hijo de ese acto que ni él mismo comprendía el significado y ni siquiera supo porque lo hizo.
Llegaron al parquin del restaurante y Martín empezó a sentir náuseas al bajar del coche, por lo que potó la hostia como si estuviera expulsando al diablo, aunque se quedó super a gusto,sería el maldito vino lo que le sentó mal, estos curas...
En fin, que sacaron el papeo y continuo la juerga y el jolgorio y entre chistes, música y niños jugando y haciendo el gamberro, Martín se dio cuenta de que todo eso no era lo que le representaba y que haría todo lo posible para cambiarlo.
A partir de ese día Martín empezó a interesarse cada vez más por las religiones, tanto las monoteístas como las paganas, aumentando así sus conocimientos y buscando la nueva fe, aunque nunca encontraba lo esperado, leyó libros, buscó en páginas de internet. Y todo tipo de documentos, incluso buscó en la música y en el cine.
A los catorce años, y al comenzar el instituto, Martín conoció a un chico extraño, muy flaco, con cara de pocos amigos y larga melena llamado Miguel, con el cual compartía gustos musicales aunque este se los amplió al ponerle en los cascos esas voces podridas o estridentes que parecía qué le arrancaran los clavos a Cristo de cuajo, guitarras distorsionadas, bajos atronadores, y baterías que parecían ametralladoras, nada más escucharlo se enamoró de esos sonidos machacones, en particular de un género que hablaba de satanismo, paganismo, anticristianismo y sobretodo anti religión, aferrándose así al ateísmo y al rechazo contra toda religión organizada, era como si hubiese sido guiado por el sendero de la oscuridad, que en el fondo siempre había buscado, empezó a hacer esos gritos desgarradores a escribir canciones y componerlas junto a Miguel en la guitarra, a ellos se les uniría tres renegados del diablo más y juntos harían ruido para gente como ellos.
A día de hoy Martín tiene veintitantos, ha llovido mucho desde entonces, se busca la vida en una tienda de discos que le dan cuatro perras pero es un empleo que a él le entretiene y le gusta, piensa que no puede estar en mejor sitio, aunque tenga que hacer pirulas para no quedarse corto de pasta, como coger chatarra y otras cosas que no vienen a cuento, y sigue con su grupo de toda la vida, aunque sólo se mantengan Miguel y él de la formación original, sacaron diversas maquetas hasta llegar a auto producirse su propio disco, y realizan algún concierto cuando alguien les llama o ellos lo buscan, su espectáculo es ruido para las ratas, no para las masas, la amas o la odias, no hay término medio, todo un directo de lujuria, sangre, fuego, y brutalidad al compás de pogos, cabeceos y manos haciendo la señal del cráneo cornudo, no son superestrellas pero ni a ellos ni a su público les importa una mierda.

martes, 24 de diciembre de 2013

SEÑOR CALCETINES

El señor Calcetines era un gato casero que de vez en cuando salía a golfear con las gatas de la calle (a arrimar la cebolleta, y esas cosas qué hacen los animalitos cuando se han restregado por los dueños y ronroneado incontables veces)
Era de estatura normal, blanco y negro, y vete tú a saber  la edad qué tenía… aunque no era muy joven ni muy viejo; ¿qué coño importa eso ahora?
El caso es qué un día se puso demasiado pesado y no paraba de maullar y, claro, la muy puta de la Milagritos (qué así era como se llamaba la dueña) lo echó a la calle. Nuestro felino amigo, pensando que esa sería su última noche en esa casa, salió a pegar un garbeo por la gran ciudad.  Allá le dio un buen remeneo a Nora, una gata callejera naranja qué volvía tarumbas  a los mininos de ese barrio y alrededores – pero hoy era el turno de El señor Calcetines, ya que le habían echado de su hogar, pues… que te le quitaran lo bailado, ¿no?, o al menos eso era lo qué pensaba.
Tras acabar de montar a Nora el micifuz siguió recorriendo la ciudad como si ésta dependiera de él. Sólo encontraba borrachos, peña de su misma especie yendo de un lado a otro, y algún que otro roedor  que se le escapaba, debido a las horas que llevaba fuera de casa.
Al llegar a la reja de una alcantarilla, nuestro estimado Señor Calcetines vio algo que hizo que se le salieran los ojos de las cuencas y pegara brincos como si hubiera ganado la lotería… era lo que andaba buscando: una sardina; resumiendo, algo que llevarse a la boca.
El pez tenía esos espasmos que les da cuando los sacas de su hábitat, aunque al Señor Calcetines le importaba una mierda (para él sólo significaba alimento), así que como el que no quiere la cosa, se la zampó en un segundo, segundo que llevaría a que el gatito se desplomara y agitara como la sardina que acababa de tragarse, y a que le saliera chorreando de la nariz y del ojal mercurio, plateado, y espeso, muy espeso… digamos que el señor calcetines estiró la pata para ponérselos .

sábado, 7 de diciembre de 2013

EL GRAN HÉROE APARDALADO


Edu era todo un fanático de la serie “El Gran Héroe Americano”.
Se chupaba todos los capítulos. Los grababa en vídeo, sin dejarse uno solo.
Tenía la camiseta, las tazas, las revistas en las que aparecía, pósters, un reloj, y un largo etcétera de parafernalia relacionada con él; incluso tenía el pelo medianamente rizado y era flacucho, como él.
Llegó su cumple, y, por supuesto, pidió algo de lo que aún no tenía de su héroe favorito: el disfraz. Aquel día fue el más feliz de toda su vida… nada más desenvolverlo, pegó botes de alegría, como si tuviera entre sus manos la mayor reliquia del mundo.
Entonces, se fue a su cuarto y, aunque le costó unos diez minutos (ya que de la emoción no atinaba a ponérselo), salió de su cuarto más extasiado de lo que entró, y salió como si le hubiera picado una mosca en el pompis hacia el algarrobo de cuatro metros que había enfrente de su casa, y lo trepó como un mono a toda pastilla.
Cuando llegó a la copa, alzó los brazos hacia arriba en posición de volar... y voló. Y el piño que se metió fue tan grande que acabó con dos costillas rotas, el escafoides hecho añicos… por no hablar de las piernas y la brecha de la cabeza.
Total, que nuestro amigo Edu pasó en “cero coma” de ser El Gran Héroe Americano a El Gran Héroe Apardalado, paradojas de la vida.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

UN CAMINO DE PIEDRAS



Caliento los músculos de los brazos y las piernas, ya que estoy a punto de salir al escenario a dar tralla con mi banda de Death Metal, y es una música qué requiere de mucha destreza.
Empieza el show, y a los pocos minutos vemos como una poca gente (todo se diga),empieza a hacer pogo como loca. Me encanta este rollo, es como si el apocalipsis se revelara y tú tuvieras qué luchar por tu supervivencia a todo coste, volver a lo primitivo, y sin tregua; porque si hay algo qué no damos en nuestros conciertos, es eso.
Pasados tres cuartos de hora y dos bises de concierto, voy hacia mi camerino, me pinto una de las gordas que me habían dejado para mí, y salgo derechito como un cohete hacia a la barra a pedirme un Ron con Coca-Cola, acompañado de un cigarro - a eso es lo que yo llamo un clásico.
Son las 4 de la mañana y los conciertos se han acabado, ahora dan paso a Djs que pinchan una música demasiado fofa para mí, y como no veo con qué entretenerme salgo a buscar a los de mi grupo… no deben andar lejos y yo aún quiero más caña, me importa una mierda donde.
Al salir de la sala y tras mil vueltas mareando gente y privando sin parar encuentro a Álex, la cantante, con una amiga suya. Ésta me da dos besos me dice su nombre y yo hago lo mismo.
Después de presentarnos, que, por cierto, se me olvidó decir el nombre de la otra chica… si no recuerdo mal se llamaba Ana y tenía un tipazo qué te cagas: la mayor belleza que veo en mucho tiempo, o quizá en la vida… bueno, el caso es que está mujer nos propuso ir al coche a pintar y tal, y cuando acabamos de aspirar, nos dice de irnos a una rave, que tiene mucha mierda pa’ tirar,  quiere ir dónde sea menos a la cama(curioso, igual que yo)… Álex está un poco indecisa, pero cuesta menos de diez minutos convencerla del todo, y a mí, pues... bueno, no tienes qué decirme dos veces qué nos vayamos de farra.
Álex arranca el coche y se dirige hacia la autopista. Como no sabemos dónde es exactamente, me toca llamar a un amigo y preguntarle la ubicación. Éste me la envía y nos vamos derechitos hacia allá.
Llevamos más de hora y media dando vueltas, y vueltas, y vueltas, y vueltas, y vueltas, y vueltas, tantas, qué decidimos parar a pintar otra vez, es mucho más chunga de encontrar de lo qué pensaba.
Esta vez pinto yo, y como estoy harto de tanto speed, me saco de la manga el cristal, y pinto una puntilla para cada uno. Al esnifarla me pega tal puñetazo que me deja la napia como si me hubiera metido cristales (ya lo dice el jodido nombre) después de esta una chupaeta, y arrancamos con el coche otra vez.
Esta vez le dicto las indicaciones a Álex tal cual están en el mensaje, y tras veinte minutitos de carretera, pillamos un desvío qué lleva a un camino de piedras, el cual nos lleva a un llano qué está petadísimo de coches, y en la qué se escucha Hard Techno a punta pala (a unos cuatro mil vatios).
Realmente me la pone dura esta música y más a este volumen, por eso le pego otra chupaeta al cristal, el cual comparto con mis amigas, y acto seguido, una buena línea de original (que no recuerdo ni de dónde salió),y directos a chupar bafle.
Nos ponemos a bailar como locos delante el altavoz, y yo voy notando como mi mente se separa del cuerpo lentamente… poco a poco, mientras voy bailando al compás de la música - aunque no tenga mucho arte para ello.
Voy tan liado que me resbala, además creo qué me voy a poner en la lengua medio ajete, pa ir dándole a la maquinaria. Me volteo a los lados y le doy el otro medio a Ana, Álex no sé donde se ha podido meter.
Doce de la mañana, estoy sentado en el suelo y con los pies quemados de tanto bailar, saboreando un porro de los pocos qué me quedan y disfrutando del bajón del tripi hablando lúcidamente con Ana.
Me encanta el ácido, realmente saca lo mejor de mí, y me da paliqueo extremo.
De repente empiezo a notarme cansado y con calenturas así que nos levantamos y vamos a buscar a Álex, ya qué no la vemos desde hace un par de horas.
A los cinco minutos de paseo la encontramos contando chistes a unos tíos que por lo visto ya conocía de antes, es una chica muy extrovertida y se para a hablar hasta con los perros, pero al fin y al cabo es mi amiga, y está bien como es.
He bebido un cuarto de botella y aparte ya me he remojado un par de veces la nuca y la cabeza y sigo estando tenso. Ana, al ver que no se me pasaba, dijo qué sabía hacer Reiki y que si quería que lo pusieramos en práctica… yo había oído hablar de él, aunque nunca lo había practicado, como soy muy curioso, accedí.
Hicimos el procedimiento, y al pasar su mano por encima de mi cabeza empecé a notar como todas las tensiones iban siendo aspiradas hacia afuera de golpe. En un instante, volvi a sentirme vivo, probablemente como nunca. Al acabar, le di gracias a Ana por haberme espabilado… no sé qué tendrá el Reiki ni donde estará la magia, pero a mí desde luego me devolvió a la vida.
Ana se levantó me agarró fuerte la mano y me arrastró hacia los baffles otra vez, dejando a Álex con sus compis. Al llegar allá, un colega me da una lata de birra y le pego un trago. Acto seguido, veo como Ana se pone a bailar y yo le sigo el rollo, haciendo algo así como una competi de baile en plan coña.
Estoy sudando como un cerdo y tengo la boca hecha una pastera, además no me apetece privar más, así qué le proponga a Ana ir a dar una vuelta a ver a quien nos vemos.
Llevamos paseando y hablando de mil movidas como una media hora, así que decidimos parar a la sombra de un algarrobo a tumbarnos y observar la forma de las nubes, alejados un poco de la música, ya qué son demasiadas horas despierto.
No sé cómo, pero sin darme cuenta noté como me iba comiendo los morros con ternura, como si fuera la única persona junto a ella que quedara en la tierra y no quisiera perderme. Yo empecé a acariciarla y a sentir su piel suave y blanca como la flor del cerezo, bajando por su vientre e intercambiándonos como una mezcla de lujuria y pasión.
Una hora después y apagados los cigarros "post-polvo", nos vestimos y volvemos otra vez a pegarnos los últimos bailoteos, ya qué están a punto de chapar la rave. Allí vemos a Álex bailando con un tío y contenta como un niño (por lo vista ella también pilló cacho).
Aunque paso de preguntarle en ese momento, me acerco a ella, le doy un abrazo de esos destructores y ella me dice qué cierre los ojos y aprovecha para meterme un cuarto de rula en la boca.
Acaba de chapar la rave, así que nos subimos en el coche, y nos piramos a una balsa que hay cerca de un huerto a bañarnos en pelotas.
Tras el chapuzón me tumbo al aire nocturno y fresco a disfrutar del colocón de la rula y de los labios de Ana,me vuelve loco esta chiquilla,lástima qué no sepa cuando volveré a verla,por eso mismo,no pierdo el tiempo.
Después de estar secos,fuimos al coche a descansar un poco, escuchando Extremoduro para relajarnos… aunque quizá no sean palabras qué se relacionen entre sí, yo estaba agustísimo y no quería despertar.
Nos quedamos dormidos unas seis horas, y para entonces ya eran las 8 de la mañana de un lunes, así que decidimos acabarnos lo poco que nos quedaba, fuimos a almorzar y dejamos a cada uno en su casa.
Y, al llegar a la mía, escribí todo esto. Puede que sea un pastel, pero es que no estoy acostumbrado a que me salga todo tan bien.

viernes, 10 de mayo de 2013

AMOR COBARDE




Desperté bajo tierra, no sé a cuantos metros, pero eran demasiados. Tantos, que alzaba la vista y se me cansaban los ojos de mirar.
Recapitulemos: antes que nada, yo me encontraba, como todos los días, siguiendo destrangis a la tía más buena de mi barrio, la cual estaba con el más chungo  (del cual me he llevado algún que otro hostiazo sólo por mirarla).
Esta vez, decidí seguirla de lejos, sin despegar el ojo de ella, a lo detective. Iba acompañado del capullo de su novio, el cual iba con un traje de esos que le hacía parecer de Corrupción En Miami o una serie de esas… hay gente que no tiene sentido del ridículo. Ella iba con un vestido moderno de esos que van tan apretadas que es casi un crimen.
Pararon en un puesto de mercadillo a mirar la parafernalia que había por allí, yo estaría a unos veinte metros de ellos cuando, de repente el tío se giró, y clavó su mirada en mí como si fuera un tigre. Antes de que pudiera echar a correr o intentar algo, se abalanzó sobre mí y me dio cuatro puñetazos que me dejaron con la cara más hinchada que un globo aerostático; se levantó, y me dejó tirado en el suelo con la cara hecha unos zorros.
Me levanté con la cara dolorida y decidí irme a casa a curarme. La gente de alrededor no hacía más que mirar y nadie fue capaz de impedir aquello, así que solté una mueca como diciendo “me cago en vosotros, capullos”. Acto seguido, tomé el camino a casa. Al llegar, abrí la puerta y fui derechito al botiquín.
Empecé a curarme los ojos y la nariz, cortando la hemorragia al igual que el labio que lo tenía partido. Fue un rato de bastante dolor, y,  al terminar de hacer todo aquello, mi cabeza me decía que eso iba a acabar, con lo que empecé a pensar formas de deshacerme de aquel hijo de la gran puta y hacer que ella se fijara en mí de una vez.
Busqué entre los trastos de mi casa, y encontré una extensible y algunas cuerdas. Enganché la primera en el cinturón y éstas las puse en una mochila. También cogí un puño americano, porque pasaba de gastar mis nudillos en semejante personaje, y , una vez equipado, recordé que tenía en el congelador un poco de Speed que me sobró de una noche: como mi mente no paraba de dar vueltas, decidí pintarme una larga y aspirar hacia dentro, lentamente pero con fuerza… sintiendo ese puñetazo tan característico de la anfetamina.
Con la mente despejada salí a la calle dirección a casa de ese pedazo de gilipollas, y al llegar a su portería, cogí un chicle mascado que había en el suelo y lo pegué en su timbre, haciendo que contestara y, tras decirle cuatro gilipolleces vi como bajaba por la escalera a toda pastilla. Me escondí en la esquina, y en cuanto abrió la puerta saqué la extensible y le di dos golpes rápidos en las canillas haciendo que cayera de rodillas del dolor. Acto seguido le aticé un gancho en la barbilla tan fuerte que hizo que le saltaran dos dientes y que se mordiera la lengua. Le di un tortazo de los grandes para que se callara y lo amordacé como pude; acto seguido le até de manos y pies y lo llevé arrastrando su culo calle abajo para hacerle sufrir como él hizo conmigo en otras ocasiones.
Lo bueno acaba pronto, y uno de sus compis vio lo que estaba haciendo con él: entonces, fue directo hacia donde yo estaba y me pegó una patada en el costado que me hizo caer redondo al suelo, sacó una navaja y cortó las cuerdas y la mordaza de su amigo, y a mí me hizo un pequeño corte en la cara.
Empezaron a patearme fuerte, y yo iba cubriéndome como podía con los brazos para que no me dieran en la cabeza. Cuando se cansaron de golpearme, me metieron en un coche y me vendaron los ojos.
Tras un buen rato de ruta, pararon el coche, me cogieron entre los dos y me tiraron al hoyo. Mientras iba cayendo en caída libre, iba pensando en mil cosas, y sobre todo en volver a verla.
Besé el suelo de tal forma que se me quitaron las ganas de casi todo… es aquí donde me encuentro ahora atrapado y sin salida, y tan aturdido que me cuesta hasta respirar. Las  paranoias empiezan a hacer su efecto y sólo pienso en encontrar la salida, con la boca seca, sudando como un cerdo y pensando ideas (a no ser que ocurra un milagro).
Ha salido el sol, y me dispongo a intentar salir trepando entre las paredes, pero mis esfuerzos son en vano: apenas hago un metro, vuelvo otra vez hacia abajo, mi única esperanza es gritar, aunque no sé si alguien me oirá en tierra de nadie.
Tras dejarme la piel y la garganta, veo como desde arriba, un tipo con trazas de pastor, me pregunta qué es lo que hago ahí. Después de contarle toda la situación, se dispone a ayudarme, lanzándome una cuerda de las gordas: la cogí, apoyé cada pie en cada una de las paredes, e iba subiendo aguantando como podía y haciendo la mayor fuerza posible con tal de no caerme.
Al salir del agujero me sentía más muerto que vivo, debido a la deshidratación y a los golpes de la caída. El hombre me llevó como pudo hasta su guarida y me sanó y dejó en cama.
Desperté tras medio día de sueño ininterrumpido, y empecé a sentir que ya no pintaba nada allí, así que, después de agradecerle al pastor lo mucho que había hecho por mí y todo eso, le dije que partía a la ciudad, que aún no había terminado mi tarea. Él lo respetó, y me llevó con su mula hacia la autopista, me despedí de él, y comencé a sacar el dedo para ver si alguien con un poco de solidaridad me acercaba.
Fue un camión el que paró, y, después de subirme a él, le dije a donde iba. Me dijo que él no pasaría por ahí aunque podría dejarme más o menos cerca.
Estuvimos hablando de todo, desde nuestra vida, hasta de Induráin… es lo que tiene ser camionero, los pobres se sienten solos y cuando encuentran a alguien se desahogan.
Paramos en una estación de servicio a tomar algo, yo estaba comiéndome un buen bocadillo de calamares con alioli que me sentaron como si fuera la primera vez que comía en años, pura delicia, y de beber tenía Coca-Cola que iba refrescando mi garganta. Después de comer, el camionero se despidió de mí, y me deseó suerte, no sin antes darme una navaja por si pasaba cualquier cosa; era una Inox de Albacete y estaba bien afilada.
Entonces, volví al arcén y saqué otra vez el dedo, esta vez paró una chica que parecía comercial o algo de eso, y que casualmente tenía el mismo destino que yo.
Tras llegar a la ciudad me despedí de ella y puse rumbo al barrio. Cuando llegué, vi a ese desgraciado besándola como si se fuera a la guerra y quizá no fuera a verla más; aproveché el instante para apuñalarle en la pierna y luego en el pecho (aunque sin pasarme), tampoco quería matarlo. Cuando vinieron los de su pandilla a por mí, ella los paró, le dije como pude lo que sentía por ella y me dijo que sintiéndolo mucho, ya no podría querer a ninguno de los dos , que, al fin y al cabo yo me había puesto a su nivel, y allí nos dejó a los dos: él retorciéndose de dolor y sangre, y yo desolado, navaja en mano, y lágrimas en los ojos.
Mujeres; te pasas la vida estudiándolas, y nunca acabarás de entenderlas.