El gato busca algo que comer entre los restos de la tierra: naranjos, piedras, y otras delicias de la naturaleza. Lleva varios días sin echarse nada a la boca, las viejas ya no echan el cuenco de pienso en la entrada de las casas, y se cansó de buscar entre la basura para sólo encontrar cosas ácidas y que le podían causar leucemia felina o esas cosas que tienen estos animalitos.
Así que activó sus patitas, y su espíritu explorador lo llevó a la montaña, la cual es un mundo nuevo para él.
Cansado de trotar por cuestecitas, piedras y ríos, su vista nublada encuentra una serpiente descomunal y preciosa, de colores vivos. Al verla, su instinto cazador se puso en On, pegó un brinco y se lanzó sobre ella para hincarle el diente. Cuál fue su sorpresa al ver que ella no trataba de atacarle ni nada: sólo miraba esperando ser engullida, a sabiendas que no era posible, y le lanzó una tierna mirada al minino, que hizo que este se quedara paralizado.
Se miraron a los ojos, y había una ternura que no se solía ver entre estas especies. Quizá fuera la falta de alimentos, o quizá la falta de compañía, pero esa noche, el minino durmió sobre ella, y ésta se sentía la más afortunada de los reptiles, dos almas en principio incompatibles, que al fin se habían encontrado.
Los animales del entorno - ya fueran jabalíes, conejos, zorros o incluso águilas - quedaban estupefactos al ver como un gato y una serpiente tenían tanta química, eran como dos enamorados que se habían estado esperando toda la maldita vida y no quisieran soltarse por siempre jamás.
Cazaban y comían juntos, andaban y se mimaban, aunque la serpiente tenía una tristeza dentro que arrastraba consigo y el gatito empezó a notar como poco a poco ella se iba alejando, aunque ella tenía en cuenta el cariño del micifuz, se negaba a quererlo del todo; tenía quimeras en la cabeza que nadie podía resolver y que guardaba para sí.
Ese amor acabó desvaneciéndose como la arena del lugar y el felino quedó solo, y la serpiente fue a buscar mundos nuevos. Decidieron que quizá era mejor así, aunque éste en el fondo ya quedó prendado por esos colores y esa mirada tan tierna que le hizo creer que aun había esperanza para él en este mundo de mierda humanizado, en el cual sabía que no duraría mucho, al menos cuerdo.
Sentado sobre sus dos patas vive ahora, con mil cosas en su pequeño coco, y con la esperanza de que vuelva a aparecer esa mirada de reptil, que a muchos asustaba, pero a él le encandiló.
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