El sol de primavera calentaba mi cuerpo y mente, como si
fueran un sándwich mixto. Y ahí estaba yo: descamisado, con la cara roja y
pelada – el pecho aún peor –, un sombrero de paja para el sol (que poco papel hacía),
un canuto en la mano izquierda, y a José Cuervo en la derecha.
Y arriba del escenario: tú. Tan coqueta, con esa cara de no
haber roto un plato en la vida, y esos ojos negros… como las noches en las que
solemos perdernos y encontrarnos todas las almas bohemias y solitarias, en
busca de algo que cambie nuestras vidas; esas manos que recorrían el mástil de
la guitarra, y que parecía que en cualquier momento fueras a petar las cuerdas (o
comenzaran a sangrarte las yemas de los dedos de tanto machacarlos)… y tanta
técnica por medio… La verdad es que se te daba bien: parecía que hubieras
nacido con una bajo el brazo, y que tu vida entera sólo valiera para eso; tú
haciendo ruido para la peña, y yo en primera fila, debajo de ti, escuchando las
melodías que sobradamente tocabas, más
puesto que el sol a medianoche.
Esperé a que se acabara el concierto, y te busqué entre
bastidores. Ese año tuve la suerte de currar montando y desmontando los
escenarios de ese festival y llevaba un pase, así que no tuve ningún problema
para encontrarte.
Me presenté, nos dimos dos besos, te presenté a José Cuervo
(del cual quedaba un cuarto que estaba a punto de morir en mi garganta quemada
y deshidratada). Acto seguido te di el peta y empecé a hablar de lo que me
había molado tu grupo, y sobretodo de lo bien que tocabas; que yo también era
músico, y me interesaba hacer un proyecto contigo; que si querías me podías dar
tu Messenger para ir hablándolo… No me costó nada sacártelo, lo apunté en mi
móvil y me fui al camping a comer, no sin antes quedar contigo para después de
llenar el buche.
Eran como las cuatro de la tarde, y el sol era igual o más
criminal que el de la mañana. Te estaba esperando en un puesto de comida que
había por fuera del festival, y te vi aparecer de lejos… y mi cara se iluminó
como al niño al que le hacen regalos en navidad, en su cumple o en lo que sea.
De los tres grupos que tocaban a esa hora, fuimos a ver
ese de Stoner que tanto te molaba y con
el cual bailabas como una descosida al compás. Yo también lo hacía, ya fuera
porque me molaran, porqué me molaras tú, o por no aburrirme, la verdad es que
el simple hecho de estar bailando con una virtuosa de las seis cuerdas tan
guapa ya era suficiente motivo para quemar zapatillas.
Llegaron las ocho de la noche y el festival cerraba sus
puertas un año más. Tras 3 días de clásicos del Rock & Roll y nuevas tendencias,
aún no me habías dicho ni tu nombre ni tu número, el cual te saqué con
picardía, mientras tú reías diciéndome un número que parecía falso…
Como no teníamos ganas de ir a casa, aunque estuviéramos
reventados, dijimos a nuestros colegas que se subieran en el bus, que ya nos
buscaríamos la vida.
En fin, cogimos nuestras maletas y nos fuimos a cenar a un
bar (no muy caro obviamente), ya que no nos quedaba mucha pasta, y pedimos dos
platos de puchero. Después de tres días a base de sándwiches, enlatados, fiambre
y otras porquerías la verdad es que reconforta. Íbamos contándonos batallitas
de nuestra vida mezcladas con chorradas que yo iba metiendo y con las cuales tú
no cesabas de reír, e incluso a veces casi hice que te salieran perdigones de
la boca. Flipaba con la facilidad con la que reías y sobre todo con tu
inocencia.
Salimos de aquel bar a eso de las diez menos cuarto, después
de mi respectivo carajillo con whisky y tu café con leche, y fuimos a la
estación a ver si quedaba algún tren, y allá nos quedamos con un canto en los
dientes sin saber hacia dónde tirar, y lejos de casa.
Para matar el tiempo mientras se hacía de día, fuimos a los
locales de alrededor de la estación, cada cual peor que el anterior, hasta que
nos entró la modorra y fuimos a sobar a un banco, no sin antes poner el
despertador del móvil para largarnos cuanto antes.
Nos metimos en los sacos y dormimos abrazados para pasar
menos frío, y yo con el tilín en el coco, en la barriga y, para que engañarte,
en el falo.
El sol ya empezaba a dejarse ver, y entró por mis ojos,
fulminante, haciendo que los abriera, y entonces te desperté.
Ya que era hora de volver a casa, y ya habíamos hecho
bastante el canelo como para seguir en las mismas, salimos de allá y compramos
dos billetes a Valencia.
Esperamos como una hora, entramos, y nada más sentarnos,
volviste a caer en los brazos de Morfeo, y yo encandilado observando todo lo
que tú significas y sin parar de pensar en ti.
Llegamos a la Estación del Norte de Valencia a la hora y
media, y allá separamos nuestros destinos,
no sin antes darnos dos besos, un abrazo y agradecernos el hecho de habernos
conocido.
La semana que siguió no tuvo nada en especial, hincar codos,
salir a ratos con los compis, volver a hincar los codos, visitar alguna vez el
locutorio, seguir con la retahíla de los codos, y poco más. El domingo, que la
verdad es que fue bastante tranquilo (teniendo en cuenta que no salí ni el
viernes ni el sábado por recuperarme del festi), sonó mi teléfono y salió tu
nombre en la pantalla. Por una parte me emocioné, y por otra me extrañé, ya que
suelo ser yo el que llama a las damas.
Te hice sufrir un poco y te lo cogí al sexto o séptimo tono,
y al principio haciéndome un poco el tonto… como que no te recordaba y tal: ya
sabes, lo típico. La cuestión es que con la tontería acabamos hablando cuatro
horas, hasta que decidiste irte a dormir y colgar definitivamente, no sin antes
quedar para llamarnos mañana.
Al final, me dolía la muñeca
de tenerla pegada a la oreja, pero yo, yo sólo quería oír aquella voz de
niña que te hacía tan especial, así me entrara tendinitis.
Llegó el miércoles y
saliendo de la clase de solfeo se encendió tu nombre en la pantalla del móvil: lo
cogí, y después de tres días de paliqueo extremo vía telefónica dijiste de
quedar para ir a ver a Dikers. Por dentro de mi estómago rugía un combate de
gladiadores – con sus leones y todo. Ni te imaginas, imaginaste, ni imaginarás
todo lo que en ese momento por mi cuerpo y mente pasó; pero dejando a un lado
esa sensación, empezaste a hacerme
preguntas guarras, empezando por si era virgen.
Yo te pregunté cuál era ese interés, y tú te hiciste la tonta
(que, la verdad es que se te daba muy bien), y dijiste que era pura curiosidad,
nada más. Y de ahí empezamos a contar nuestras mejores y peores experiencias, y
un largo etcétera… hasta que llegó la hora de colgarnos, y yo quedé tumbado en
la cama, pensando en ti (y en lo que haríamos), hasta que el sueño me visitó,
que, por cierto, lo hizo bien tarde.
Tras un jueves, de los que siempre se me hacían eternos
cuando estudiaba (ya que todos los años coincidía en que me tocaban las peores
asignaturas y salía más tarde, independientemente del curso), te llamé y me
dijiste que tu compañera de piso no volvería hasta el domingo, o sea, que
teníamos vía libre para después del concierto. Hice lo que tuve que hacer, y
cuando llegó la hora, cogí el bus para la capi.
Eran las 11 de la noche, y allá volvías a estar tú, en la
parada, con una sonrisa de oreja a oreja, y bajé como un cohete a darte el beso
y el abrazo que tanto anhelaba… y de la mano fuimos a ver a esa sala de la que
no recuerdo el nombre, a ver a Dikers que, aunque en aquel tiempo no es que me
mataran mucho en realidad (he de reconocer que fui sólo por ti… años después
les empecé a coger el gustillo; ya sabes: cosas de hacerse mayor, vas adoptando
cosas nuevas, aunque sigas en el mismo rollo, como es mi caso).
Pasamos el concierto entre brincos, pogos, y achuchones, y
entonces, en un descuido, me cogiste de la mano, me apartaste del gentío, y me
diste un señor beso en la boca en toda regla, como hasta aquel entonces no lo
había hecho nadie, así qué te seguí el rollo… e intercambiamos saliva hasta que
se acabó el concierto. Aunque para lo que quedaba, lo aprovechamos bien.
Me lie un petardo de hacho mientras íbamos tirando de
chupitos de nuestro adorado José Cuervo (que hizo que nos conociéramos), y al igual
que con los chupitos, a cada calo nos comíamos los labios. Era como un recelo
indescriptible entre los dos, algo que no me había pasado nunca, y en esos
momentos disfrutaba como un campeón; había conquistado a la musa de las seis
cuerdas que tanto me sorprendió el finde anterior.
Hartos de escuchar música en la sala salimos a la calle, y
claro, las cuatro de la mañana es la hora en la que te vas para el keli, o
buscas hacer algo que valga la pena para estar así hasta el día siguiente o más.
Nosotros decidimos irnos a tu casa, ya que estábamos hechos polvo y queríamos
un poco de relax.
Abriste la puerta y fuimos derechitos al sofá. Encendiste la
tele y fuiste haciendo zapping entre movidas rancias de porno barato, videntes,
concursos de pacotilla, videoclips y otras pajas audiovisuales. Empecé a
acariciarte la mano para ir progresando poco a poco por todo el cuerpo, e ir
quitándote la ropa al mismo tiempo. Estabas chorreando de sudor, pero a fin de
cuentas, ¿qué importaba?, me encantaba cada parte de tu cuerpo, estuvieras
limpia o sucia.
Empecé a percutir tu bajo vientre por dentro, ya que no me
dejaste pasar la lengua por ahí, y cuando te corriste y empapaste todo el sofá,
lloraste. No sé si del placer, de dolor, o de qué demonios, así que te seguí
besando, y cuando me cansé, empezaste a lamerme el glande como una descosida,
era algo así como un trueque, y como me encantaban(y me encantan) los de ese
tipo.
Cuando acabaste, miré en tu colección de vinilos, y puse el
de Black Metal de Venom. En cuanto empezó la primera canción, que se llama
igual que el álbum, arrancaste a saltar encima
de mí; mi falo rozaba tu vulva húmeda, y yo disfrutaba de ti a la vez
que de la música tan blasfema y guarruza… como el acto del coito en sí.
Culminé el acto en tus pechos, y luego volví a besarte en
los labios. Era un vicio increíble el que tenía con ellos. Lie una ele y me la
fumé a cara perro mientras hablábamos de temas que ni siquiera recuerdo.
Terminé el porro y decidimos darnos una buena ducha, ya que
la necesitábamos desde que salimos del concierto, y tú enjabonabas mi melena
que tanto decías que te gustaba y me quedaba bien. Te dije que a mí me gustabas
tú entera, y mucho, de la cabeza a los pies y desde que te vi, a lo que tú respondiste
que eso lo sabías de sobra, que tu instinto femenino te lo decía. La verdad es
que sabías hasta hablar.
Amaneció, y yo seguía haciéndome el dormido, con la excusa de seguir oyendo como
salía mi nombre de tu boca… hasta que me meneaste y empezamos a jugar en la
cama como niños, no sé cómo no la echamos abajo.
Cuando nos cansamos de hacer el capullo, hicimos la cama y
nos fuimos al bar a desayunar, porque ninguno estaba por la labor de preparar
nada. Allá pedimos dos cafés con leche y dos cruasanes, y me dijiste que nos fuéramos
a pasar el día a la ciudad, que era un día demasiado bueno como para morirse de
asco.
El tren paró en la estación, y dimos varias vueltas por las
tiendas de ésta, hasta que yo me cansé y entré en un fotomatón. Al verme
hacerlo, seguiste la corriente y te sentaste en mis rodillas. Escogimos las
opciones que nos presentaba, e hicimos el collage, fotomontaje, o como se llame
lo que hacen los cacharros esos. Entonces, al acabar e imprimirse la foto,
consumido por el morbo, te metí la mano en el pantalón y empezamos a sobarnos
como locos, acto que culminó en el baño, ya que ahí era un cantazo espectacular
y daba bastante palo (aunque no menos lo hacía en un servicio público
pensándolo bien), y después del polvazo matutino nos fuimos al Jardín del Turia.
Mientras veíamos pasar la gente correr, ir en bici, o hacer
la ruta del colesterol, nosotros estábamos tumbados, apoyados el uno sobre el
otro, y hablando de futuro, música, amor y esas cosas de las que suele hablar
todo el mundo (y otras que no tanto) .Alquilamos dos bicis para recorrer el jardín, y cuando llegó la hora de comer,
las devolvimos y fuimos a un bar a comer paella, de la cual nos
intercambiábamos cucharadas sólo por tontear.
Pasado el rato y hecha la digestión, nos fuimos a la
Malvarrosa a ponernos perdidos de tierra y bañarnos como nuestras respectivas
madres nos trajeron al mundo. Fue llegar y empezar a quitarnos la ropa como
descosidos. La poca gente que había en la playa flipaba, y no sé ni cómo no
apareció la policía, ni porqué la peña no los llamó.
Cuando no teníamos ni los calcetines fuimos corriendo hacia
el agua sintiendo como nos barrían las olas a cada paso que dábamos.
Dentro, y un poco alejados de la orilla, volvió a
presentarse el morbo y lo hicimos como pudimos dentro del agua. Aunque fue
mucho más light que los dos primeros, me gustó, como el simple hecho de estar
allí contigo.
Al llegar la noche, nos vestimos y pillamos el metro hasta
la Estación del Norte, entramos en una bocatería cualquiera a cenar, y a culminar pidiendo un vino tinto y brindar
por nosotros antes de que cada uno hiciera marcha.
Hicimos el poco tiempo que nos quedaba diciéndonos chorradas
a cada cual mayor, y antes de coger el tren, me diste un beso tan grande que
parecía que no nos íbamos a volver en la vida.
Y así fue. Desde entonces no te he vuelto a ver. No volviste
a llamar. Ni siquiera me dejaste un mensaje, o alguna explicación. Intentaba
ponerme en contacto contigo, y tu teléfono ni siquiera daba tono… tres cuartos
de lo mismo por la red, incluso recordé tu dirección y me presenté allá, pero
tu compañera de piso dijo que ya no estabas allá, que te habían dado una beca
para Brasil, Argentina o no sé cuál país sudamericano, y que a saber cuándo
volverías.
Bueno, pues resulta que después de unos años de mala vida,
vueltas de tuerca inesperadas y otras mujeres (aunque no muchas más),
estás aquí, en Belo Horizonte, donde te
encontré gracias a tu compañera, a la cual tuve la suerte de ver en el mismo
festival en el que nos conocimos, y pregunte por ti… ya que por mucho que
corriera el tiempo no te olvidaba, y me dio tu dirección en Brasil, seguida de
mi agradecimiento, ya que pasaba de teléfonos, redes sociales y otras hierbas.
Y aquí estoy ante tu puerta, acabando esto, que espero que
te guste tanto como me gustaste tú en su momento y, que todo vuelva a ser como
esos días en los que nos gustaba tanto vivir, y me recibas con tus brazos y tu
sonrisa de niña.
No sé si será de tu agrado.
Sólo quiero que mis noches en vela no sean en vano.
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